Los dos castillos by Mariana Vernieri

Los dos castillos by Mariana Vernieri

autor:Mariana Vernieri
La lengua: eng
Format: epub
editor: Mariana Vernieri


41

Cuando el éxito es el fracaso

Invierno de 1203

Castillo de Foix, Languedoc

Momentos después

A pesar de la distancia, aún con ínfulas de cazador, pero abocado ahora a objetivos más complejos, Robi distinguió, entre el grupo de damas que observaban desde la torre del homenaje, las siluetas de su prometida Ermessenda y su madre Philippa. Le era imposible reconocer la expresión de sus rostros. Ellas tampoco podrían ver la alegría en el suyo, pero sí comprender que era artífice central de esta hazaña.

Mientras que el tiempo había vuelto a Wilhelmina más insulsa, y Robi la volvía a considerar más como un compañero de andanzas que como mujer, Ermessenda, en cambio, se había cómodamente afianzado como la dama más bella de la corte. Había crecido en altura desde su llegada. Su cintura se había afinado y sus piernas y brazos estilizado. Sus pechos habían adquirido una invitadora forma empinada que alimentaba el deseo de Robi de, algún día, apreciarlos con todos sus sentidos, sin la intermediación de la ropa. Su rostro también se había engalanado. Se habían diluido sus simpáticas pecas y los pómulos destacaban más cuando sonreía. La belleza de sus formas iba de la mano de la radiancia de su espíritu. Su prometida, que al principio se veía incómoda y tímida, ahora dominaba el occitano con soltura. Aunque no siempre para beneplácito de sus oyentes más tradicionales, sus ideas brotaban con ingenio y fluidez en las cenas y tertulias. Se había amoldado con ostensible entusiasmo a la vida del castillo, y a la de la ciudad.

Sólo le quedaba una cosa: dar el sí. Desde su esforzada lejanía, Robi no podía parar de pensar en ella. Estaba decidido a no dejarla escapar. Por paratge cumpliría a desgano, si ella así lo pidiera, con su promesa de hacerse cargo de las consecuencias en caso de cancelación. Pero Robi necesitaba lograr que ella quisiera con todo su corazón quedarse con él. Su hermana Cecile venía caminando sobre la frágil pero venturosa cuerda en vías del sueño de un casamiento por amor. Su padre y Cominges habían firmado gustosos los esponsales para que ella y Bernardo se casaran el próximo enero. El joven heredaría un condado importante, y Cecile era un excelente partido para él. Pero, sobre todo, se habían atraído y enamorado. Era un amor intenso, como el torneo de justas de Toulouse en el que había germinado. Si su hermana consumaba la hazaña, ¿por qué no él?

Cada vez con más frecuencia pasaba momentos encantadores con Ermessenda. Tenían conversaciones interesantes, honestas y profundas, y algunas miradas que le decían que algo se había despertado en el interior de su amada. Nunca se habían besado, pero sí se habían abrazado “como amigos” y sus manos se habían entrelazado en más de una mágica ocasión. Seguía sin hablarse, sin embargo, del casamiento.

Pero había un hecho innegable que valía más que mil palabras: Ermessenda seguía en el castillo de Foix, después de casi un año. Si en verdad hubiera querido romper el compromiso, lo habría hecho meses atrás.



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